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Redes Sociales

Indiferencia frente al odio

La ultraderecha y el odio son un cóctel mortal para la comunidad haitiana

Constatar la laxitud del gobierno y sus autoridades frente a la embestida de la ultraderecha neonacionalista no es la única explicación al clima de violencia antinmigrante haitiano que nos sofoca desde hace unas semanas. Molesta, pero es  solo un síntoma de la privación moral dominicana que encuentra en la política su expresión orgánica, pero que va más allá.

Amplificado por las redes sociales, esas que, en opinión de Umberto Eco, «les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas», el discurso de odio de grupúsculos delirantes parecería por momentos constituir la opinión mayoritaria de la población. No lo es, pero a favor de parecerlo juegan papel estelar el silencio y la inacción gubernamental.

En nombre de la libertad de expresión se ordena detener el desmonte de una tarima desde la cual el odio se regodeará procaz, pero se hace mutis cuando miembros de ese mismo grupo acuden frente al local del Movimiento Socio-Cultural para los Trabajadores Haitianos (MOSCTHA) para proferir amenazas contra la integridad física de sus dirigentes y empleados.

Peor aún. El propio gobierno guarda temeroso silencio ante las amenazas de  este grupo de responder en lugar de las autoridades, y con sus propios métodos, a la supuesta «invasión haitiana». Ni el presidente Abinader, a quien le corresponde en primer lugar; ni la ministra de Interior y Policía Faride Raful, han dicho esta boca es mía frente al desparpajo delictivo de los amenazantes.

En nombre del ¿respeto? al derecho de expresión, Interior y Policía también permite la circulación de una guagua anunciadora incitando a la población a despojar de los derechos más elementales al inmigrante haitiano, en condición migratoria irregular o no, y advirtiendo de manera implícita sobre hacer correr la sangre de aquellos que no abandonen el país en plazos perentorios. Cuestión de orden público muy superior a la música que ensordece a los barrios desde los colmadones porque amenaza vidas reales y porque quebranta un ordenamiento que, pese a sus debilidades e hipocresías, muchos insistimos en reivindicar.

Como tercer componente en este vodevil patriotero, una sociedad que no se inmuta ni deriva consecuencias políticas de la circulación del discurso de odio y de incitación a la violencia. No es que sea de extrañar. Ya hemos hablado en un artículo anterior de la desoladora pobreza de la cultura democrática dominicana, satisfecha con las apariencias y sin interés alguno por construir un presente donde los derechos no sean mero ornamento discursivo ni letra muerta en una Constitución que, para los efectos sociales prácticos, tiene función higiénica.

Una sociedad que ha hecho norma de la indiferencia, ese «(...) estado extraño e innatural en el cual las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden», descrito por Elie Wiesel en un discurso pronunciado en Washington en 1999.

Si el discurso de odio no es detenido, las consecuencias de esta indiferencia colectiva las pagaremos caro.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.